“La
Honestidad del Curandero”
Particularmente escribo cuando algo me impacta, me emociona,
indigna o desilusiona o simplemente cuando me da la gana. En esta oportunidad me
“toca” y me emociona; y no puedo ser y tampoco quiero ser objetivo y lógico en estas breves líneas.
Estuve presente en la presentación de cierre de temporada de “Curandero”
creación colectiva producida por Angeldemonio, dirigida por
Ricardo Delgado y que cuenta con la actuación de
Augusto Montero.
“Curandero” como
señala su breve y resumida sumilla
intenta contarnos la historia de un estibador del mercado la "Parada"
desilusionado del amor y víctima de sus demonios internos, que busca la cura a
su dolor por medio de la curandería, pero encuentra otro sentidos a los
rituales de sanación a los que se somete, los cuales terminan por seducirlo
transformándolo, en otro ser.
Esta breve cronología dramatúrgica puede que no esté tan
clara y evidenciada en la puesta en escena, fundamentalmente el desenlace: “…los cuáles terminan transformándolo en
otro ser”. Pero como dice el panadero de la esquina, “esa es harina de otro
costal” y ya habrá tiempo y espero ganas para amasar esa harina.
Lo que me lleva a escribir estas líneas, es el desempeño de
Augusto Montero en escena. Me pregunto ¿Qué es falso?. Y con la ayuda de google
encuentro algo con lo que sintonizo, la palabra falso, en su etimología, nos
remite al latín “falsus” aludiendo a lo
que es contrario a lo verdadero, pero que tiene apariencia de serlo. En
Curandero no hay la menor intención, pizca de aparentar nada, por el contrario
se busca con afán desmedido y controlado, sincero y digno… ser verdadero.
Desde que tomas asiento, sigues atentamente al actor en su
tarea de acomodar los elementos de su puesta en escena, observas toda la parafernalia
escénica y sentimos que se avecina un clima mágico – religioso que se corrobora
con el ingreso de una gran sábila que será suspendida en el centro del
escenario con la misión de proteger del mal o indicar con su florecimiento la
llegada de tiempos mejores.
Los minutos pasan y algo raro se respira en el ambiente, algo
que cuesta reconocer y que se confunde con el aroma de los vegetales presentes
en escena, me pregunto ¿es raro o escaso?. Termino sentenciando: Me parece raro porque es escaso en estos tiempos, y
finalmente con el discurrir de la obra lo descubres: Honestidad. Esta
es una cualidad, un valor que en el
teatro te permite establecer con el público unas relaciones interpersonales
basadas en la confianza, la sinceridad y el respeto mutuo…Augusto respira y transpira
honestidad de manera constante y contenida en escena, logrando establecer una
comunión entre el público asistente y el
actor. Es decir, que ambos sujetos, público y actor, logramos conectar y participar
de lo común, de lo que es afín en esta historia: El amor y el dolor, la
presencia y la ausencia, la enfermedad y la sanación.
George Sand decía algo así: “Nada se parece más a un hombre
honesto que un pícaro que conoce su oficio”. Los que conocemos algo de
Augusto podemos dar fe de su compromiso y disciplina de trabajo. La honestidad
verdadera permea todos los aspectos de la vida de una persona,
Augusto logra una actuación honesta, física, potente, sincera,
contenida, creíble y entregada que sostiene con creces a Curandero.
Mención aparte merece una escena que particularmente para mi es
memorable, es decir, que merece ser recordada y conservada: El Danzaq
–Estibador o Estibador – Danzaq. Momento doloroso, sufriente, angustiante,
electrizante y bello estéticamente.
Destacar además los diversos elementos que se conjugan para la
eficacia de Curandero: El sonido, las luces, la utilería-escenografía, etc.
Pero fundamentalmente la presencia y entrega honesta en escena de Augusto
Montero.
Rafael Virhuez R.
CIJAC