¡Tierra! Alegría, ¡Tierra!
(a mi hija con amor)
Llevaban
navegando unas 950 leguas y por mucho que el Almirante se esmeraba por
ocultárselo a los marineros, era obvio para casi todos, que hacía mucho rato
que habían pasado las 800 leguas que se habían establecido. El Capitán, hombre
eficiente y respetado entre la tripulación, pide humildemente
se derive la nave al Sudoeste, ya que hacía allí van las aves, pero el
Almirante no accede.
Ingreso raudamente
al hospital, me dirijo a recepción,
allí me encuentro con una, ¿señora o señorita?, una tipa obesa, absorta en una ajada
revista de cosméticos, y con la cortesía que mi ansiedad me concede pregunto…
-
Perdón señora,
el cuarto 401
-
Grrrrrrrrrrr…
-
Perdón … Señorita, el
cuarto 401
-
Hummm,
pues en el 4° piso
-
Gracias.
Empiezo a correr por
los pasillos lustrosos del hospital, tengo la sensación de que en algún momento
voy a patinar y terminare aterrizando de manera estrepitosa y bochornosa, pero no
importa, mi corazón esta acelerado, me encuentro absorto, abstraído en mis
pensamientos - ¿Cómo estarán?, ¿Cómo será?
– ya quería estar ahí, encontrarla a ambas y abrazarlas con todas mis
fuerzas, bueno, no tan fuerte, deben estar convalecientes y no sería prudente.
En mi afiebrada carrera, alguien de
traje celeste grita – señor no
puede correr en el pasillo – No hice caso, el “asunto” no era conmigo, mi
vista, mi atención estaba puesta en el ascensor, que en ese momento se abría,
la gente ingresaba y estaba a punto de cerrarse, jadeante y victorioso ingreso
al ascensor y doy las gracias de manera
automática a todos y a nadie. La puerta se cierra y el ascensor se dispone a despegar con destino al 401 - ¿¡Las flores!?... donde carajos deje las ¡flores! – Como “buen”
usuario de combis asesinas, explote - ¡baja!
¡baja!, por favor, baja baja.
Desde
su posición, “La Niña” avisa con un tiro de bombarda que han
avistado el objeto de sus deseos. Más pasado el día la tierra no
aparece, creciendo la desilusión de los tripulantes. El Almirante, hombre con
grandes dotes de convencimiento, logra que
le den dos días más de plazo, si
en ese lapso de tiempo no se avistara
tierra, entonces volverían a casa.
Salgo raudo del ascensor - Señor no puede correr por el pasillo – otra vez el sujeto del
traje celeste. Ya nuevamente en la calle, presuroso llego donde la señora de
las flores,
-
Señora
¿se acuerda de mi?
-
Ni
que fuera famoso…
- Señora
disculpe, compre unas flores hace un momento, se las cancele, pero no las
lleve…
-
¿Cuándo?
-
Hace
un rato
-
Está
seguro que a mí me ha comprado
-
Si,
claro, a Ud.
-
no
señor, se ha confundido
-
No
señora, le digo que a Ud. le he comprado
-
¿Cuándo?
-
hace
un rato… olvídelo señora, deme un ramo de flores.
Con
el ramo de flores en mis manos, ingreso
nuevamente al hospital, raudo, presuroso cruzo por tercera vez el lustroso pasillo, llego al ascensor, ingreso,
estoy solo, recién puedo sentir un leve
sudor en mi frente, lentamente mi mano, mi dedo medio aprieta el botón número cuatro, observo ansioso como la
luz roja devora uno a uno los botones del ascensor, mientras me aseo y embellezco dentro de lo posible,
las puertas se abren…
– perdón
el cuarto 401
–
hacia la derecha y de frente
-
gracias – Y no corra por el pasillo.
Era
el hombre del traje celeste, esta vez hice caso de la recomendación, ralentizo
mi andar, giro a la derecha, y por fin, finalmente estoy frente al pasillo tan
buscado, me detengo, miro su profundidad, las habitaciones tienen las puertas semiabiertas,
emanando de ellas un fuerte haz de luz, un claroscuro agradecido predomina a lo
largo del pasillo, empiezo a caminar y siento mis pasos, la cuenta regresiva había
empezado, cuarto 410, 409, 408…
Finalmente
el Almirante tomo la recomendación del
buen Capitán, y enrumbaron al Sudoeste, pese a
que ya habían pasado los dos días que consiguió. Las señales de tierra eran ya
evidentes, se toparon con palillos labrados, otros cargados de escaramujos,
generando en la hambrienta y zarrapastrosa tripulación, mucha ansiedad y
esperanza.
La cuenta regresiva era
indetenible, inexorable, cuando me aprestaba a rebasar el cuarto 405, miro de
reojo el fondo del pasillo semioscuro y
veo una mujer, quien arropada con una bata blanca me levanta la mano, - No puede ser, ¿qué paso?- , me
pregunto mientras me voy acercando - las flores pasaron de mirar altivamente el
techo del hospital a mirar su debí
reflejo en las losetas lustrosas - Sí, era ella, que como siempre, me recibía con
esa sonrisa tierna, inocente y comprensiva, que siempre me liberaba de todas
mis culpas, - ¿qué paso? – le digo – No quiere salir todavía – me responde.
Las abrace muy fuerte a las dos.
Es de noche, un cansado y adormilado marinero se encuentra postrado sobre la cofa del barco, hoy la
ración de comida estuvo muy rala, desde lo alto, el estrepitoso y picado mar
del atlántico se superpone a los borborigmos que produce el estomago del desaliñado marinero, quien
contempla la lontananza, imaginando como sería el paraíso añorado.
Al día siguiente sin
la celeridad del día anterior, pero con mucha ansiedad contenida me dirijo rumbo
al hospital, en el bus me voy
preguntando, ¿cómo será?, ¿la podre cargar?, ¿estará sanita?, ¿llorara si la
cargo?. Estoy nuevamente en el hospital,
en el pasillo del cuarto piso, mi vista
esta puesta en el cuarto del fondo del pasillo, me detengo en la puerta, mis
ojos solo buscan ese nuevo mundo, y si, allí esta, pequeña, hermosa y única, dormita al lado de su madre.
Esa misma noche, 12
de octubre de 1492, el marinero Rodrigo de Triana grita ¡Tierra! desde la carabela la Pinta. Acaba
de avistar, el Nuevo Mundo. Quinientos años más tarde, un nuevo
mundo, un universo ha nacido… mi pequeña Alegría, la más grande.
Rafael Virhuez R.