sábado, 12 de octubre de 2013

!Tierra! Alegría, tierra

¡Tierra! Alegría, ¡Tierra!
(a mi hija con amor)

Llevaban navegando unas 950 leguas y por mucho que el Almirante se esmeraba por ocultárselo a los marineros, era obvio para casi todos, que hacía mucho rato que habían pasado las 800 leguas que se habían establecido. El Capitán, hombre eficiente y respetado entre la tripulación,   pide humildemente se derive la nave al Sudoeste, ya que hacía allí van las aves, pero el Almirante no accede.

Ingreso  raudamente  al hospital, me dirijo  a recepción, allí me encuentro con una, ¿señora o señorita?, una tipa obesa, absorta en una ajada revista de cosméticos, y con la cortesía que mi ansiedad  me concede pregunto…
-       Perdón señora, el  cuarto 401
-       Grrrrrrrrrrr…
-       Perdón … Señorita, el cuarto  401
-        Hummm,  pues en el   4° piso
-       Gracias.

Empiezo a correr por los pasillos lustrosos del hospital, tengo la sensación de que en algún momento voy a  patinar y  terminare aterrizando  de manera estrepitosa y bochornosa, pero no importa, mi corazón esta acelerado, me encuentro absorto, abstraído en mis pensamientos - ¿Cómo estarán?, ¿Cómo será? – ya quería estar ahí, encontrarla a ambas y abrazarlas con todas mis fuerzas, bueno, no tan fuerte, deben estar convalecientes y no sería prudente. En mi afiebrada carrera, alguien de  traje celeste  grita – señor no  puede correr en el pasillo –  No hice caso, el “asunto” no era conmigo, mi vista, mi atención estaba puesta en el ascensor, que en ese momento se abría, la gente ingresaba y estaba a punto de cerrarse, jadeante y victorioso ingreso al ascensor y doy las gracias  de manera automática a todos y a nadie. La puerta se cierra y el ascensor se dispone  a despegar con destino al 401 - ¿¡Las flores!?... donde  carajos deje las ¡flores! – Como “buen” usuario de combis asesinas, explote - ¡baja! ¡baja!, por favor, baja baja.

Desde su posición, “La Niña” avisa con un tiro de bombarda  que han  avistado el objeto de sus deseos. Más pasado el día la tierra no aparece, creciendo la desilusión de los tripulantes. El Almirante, hombre con grandes dotes de convencimiento, logra que  le den dos días más de plazo,  si en ese  lapso de tiempo no se avistara tierra,  entonces volverían a casa.

Salgo  raudo del ascensor - Señor no puede correr por el pasillo – otra vez el sujeto del traje celeste. Ya nuevamente en la calle, presuroso llego donde la señora de las flores,
-       Señora ¿se acuerda de mi?
-       Ni que fuera famoso…
-   Señora disculpe, compre unas flores hace un momento, se las cancele, pero no las lleve…
-       ¿Cuándo?
-       Hace un rato
-       Está seguro que a mí me ha comprado
-       Si, claro, a Ud.
-       no señor, se ha confundido
-       No señora,  le digo que a Ud. le he comprado
-       ¿Cuándo?
-       hace un rato… olvídelo señora, deme un ramo de flores.

Con el ramo de flores  en mis manos, ingreso nuevamente al hospital, raudo, presuroso cruzo por tercera vez el  lustroso pasillo, llego al ascensor, ingreso, estoy solo, recién puedo sentir  un leve sudor en mi frente, lentamente mi mano, mi dedo medio aprieta el  botón número cuatro, observo ansioso como la luz roja devora uno a uno los botones del ascensor, mientras  me aseo y embellezco dentro de lo posible, las puertas se abren…
 – perdón el cuarto  401
 – hacia la derecha y de frente
 - gracias – Y no corra por el pasillo.

Era el hombre del traje celeste, esta vez hice caso de la recomendación, ralentizo mi andar, giro a la derecha, y por fin, finalmente estoy frente al pasillo tan buscado, me detengo, miro su profundidad, las habitaciones tienen las puertas semiabiertas, emanando de ellas un fuerte haz de luz, un claroscuro agradecido predomina a lo largo del pasillo, empiezo a caminar y siento mis pasos, la cuenta regresiva había empezado, cuarto 410, 409, 408…

Finalmente el Almirante tomo  la recomendación del buen  Capitán, y enrumbaron al Sudoeste, pese a que ya habían pasado los dos días que consiguió. Las señales de tierra eran ya evidentes, se toparon con palillos labrados, otros cargados de escaramujos, generando en la hambrienta y zarrapastrosa tripulación, mucha ansiedad y esperanza.

La cuenta regresiva era indetenible, inexorable, cuando me aprestaba a rebasar el cuarto 405, miro de reojo el fondo del  pasillo semioscuro y veo una mujer, quien arropada con una bata blanca me levanta la mano, - No puede ser, ¿qué paso?- , me pregunto mientras  me voy acercando - las flores pasaron de mirar altivamente el techo del hospital  a mirar su debí reflejo en las losetas lustrosas -  Sí, era ella, que como siempre, me recibía con esa sonrisa tierna, inocente y comprensiva, que siempre me liberaba de todas mis culpas, - ¿qué paso? – le digo – No quiere salir todavía – me responde. Las abrace muy fuerte a las dos.

Es  de noche, un cansado y adormilado  marinero se encuentra  postrado sobre la cofa del barco, hoy la ración de comida estuvo muy rala, desde lo alto, el estrepitoso y picado mar del atlántico se superpone a los borborigmos que produce  el estomago del desaliñado marinero, quien contempla la lontananza, imaginando como sería el paraíso añorado.

Al día siguiente sin la celeridad del día anterior, pero con mucha ansiedad contenida me dirijo rumbo al  hospital, en el bus me voy preguntando, ¿cómo será?, ¿la podre cargar?, ¿estará sanita?, ¿llorara si la cargo?.  Estoy nuevamente en el hospital, en el pasillo del  cuarto piso, mi vista esta puesta en el cuarto del fondo del pasillo, me detengo en la puerta, mis ojos solo buscan ese nuevo mundo, y si, allí esta, pequeña, hermosa y única, dormita al lado de su madre.

Esa misma noche, 12 de octubre de 1492, el marinero Rodrigo de Triana grita  ¡Tierra! desde la carabela la Pinta. Acaba de  avistar, el Nuevo  Mundo. Quinientos años más tarde, un nuevo mundo, un universo ha nacido… mi pequeña Alegría, la más grande.

 Rafael Virhuez R.